MATRIMONIOS FELICES

Eran un matrimonio digno de una tragedia pero no corrió la sangre en el sólito escenario: madre enferma, marido bebedor, esposa despechada porque el hombre no quiere tener hijos: escenario de superventas, delirio almodovariano. Y, al fondo, Hollywood. Una metáfora de manual. Añádanse en pequeñas dosis otros ingredientes deletéreos: la enfermedad de la suegra crispa a la mujer que no entiende que no se contrate a alguien para que cuide a la vieja y la exima de lavarle el culo porque su hijo mantiene con la madre que le dio el ser esa mujer tan buena y valiente / de inmaculada frente / ceñida de laurel una actitud hostil. Ella considera la posibilidad de abandonarlo y quitarse de encima a la suegra y como sospecha que su marido, ese cabrón dipsómano que se niega a tener hijos, mantiene aventuras extraconyugales, como confiesa él falsamente cuando aparece en el piso tarde, mal y nunca, ha recurrido a un detective privado, un tipo bajito y camastrón que hasta ahora sólo pudo proporcionarle los inocuos informes que se relacionan:

Lunes. 8 de la mañana. Acude al trabajo. Sin novedad. Desayuno 11:00: pincho de tortilla, 3 riojas. Regreso al trabajo. Salida, 15:00: cafetería con compañeros: 3 cañas. Aceso (literal) al domicilio conyugal. 19:00 horas: abandona domicilio conyugal. Dos cafeterías. Primera cafetería: 4 cañas. Segunda cafetería (21:00): cinco cubalibres. Retorno domicilio conyugal, 23:00. Se aporta documentación gráfica.  No se descubre intercambio carnal con mujer ni hombre.

Martes, ídem.

Miércoles, ídem.

Jueves, ídem.

Viernes, ídem.

Sábado. Abandona domicilio conyugal 10:30. Compra el diario. Paseo orilla derecha río, asta (sic) pasarela peatonal, con retorno margen izquierda. Cafetería, 12:30: 3 cañas, 3 blancos godello. Domicilio conyugal, 14:30. Salida domicilio conyugal, 19:00: desplazamiento barrio antiguo. Cuatro bares, 4 blancos godello. Desplazamiento zona centro, 21:30: cafetería, 4 cubalibres. Regreso domicilio conyugal 23:00. Se aporta documentación gráfica. No se descubre intercambio carnal con mujer ni hombre.

Domingo, ídem.

Con elementos así, resulta extraño que no se hubiera consumado la tragedia.

Por ejemplo:

Él vuelve a casa completamente borracho. Su madre duerme. La mujer está harta, harta ya de todo: de su alcoholismo, de hacerse cargo de la enferma como una esclava, de llegar del trabajo y ocuparse sola de las tareas del hogar, de saber que su marido tiene una amante pese a que el detective canijo y camastrón aún no haya aportado pruebas concluyentes porque las mujeres no necesitamos pruebas para intuirlo, rezonga, lo detectamos en los gestos, en las miradas, en la ropa, en el olor y esto no puede seguir así, o la dejas y tenemos un hijo o hago las maletas y me voy. Él se sirve un cubalibre meticuloso.

Deja de beber.

No me da la gana.

El hombre vacía el vaso de golpe. Mira a la mujer con odio. Prorrumpe en los despropósitos de cada noche: que jamás le dará un hijo, que está cansado de ser perseguido por un sujeto feo y esmirriado como un caniche, que maldita la hora en que incurrió en el error de casarse con una funcionaria de mierda y el sentido del humor de una alubia ‑segundo cubalibre‑ y que. El turbio pronombre que queda suelto. ¡Que ya no aguanto más, hostia! La ira, la catástrofe. Fieles a nuestro instinto salvaje y feroz. Porque me sale de los huevos y olé. Santiago y cierra. Los golpes desordenados, sin medida: la generosidad del odio, con saña, hasta la última gota de sangre. Una y otra vez. Pega, golpea, aniquila. Una y otra y otra vez. ¿Cómo quieres que te mate? ¡Eres español! ¡Lo llevas en los genes! Atiza sin medida. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Las veces que sea necesario. ¡Vamos, primate! Es tu destino goyesco. Embriágate de sangre, que no quede en entredicho tu virilidad. Extermina, bestia, que tu hombría está en juego. Después asfixia a su madre para que no sufra. Que nadie diga que es un mal hijo, monstruo.

Fin.

Por ejemplo:

Él vuelve a casa completamente borracho. Su madre duerme. La mujer está harta del espectáculo diario de ese hombre que, ahora lo entiende, constituye otro error en su vida, ése al que desprecia, que se sienta en el salón y se sirve un cubalibre innecesario, que justifica sus ausencias y sus curdas afirmando que él no eligió semejante existencia ruin, que no nació para perpetuar una raza simiesca y que está hasta los cojones de todo, todo que incluye su asqueroso trabajo y su asqueroso matrimonio y su asquerosa ciudad y su asqueroso país y hasta su asquerosa madre enferma y que sólo aspira a este contrasentido: despertarse una mañana y descubrir que está muerto y como de momento eso no sucede, como de momento abre los ojos cada mañana y ahí siguen su asqueroso trabajo y sus asqueroso matrimonio y su asquerosa ciudad y su asqueroso país y hasta su asquerosa madre enferma, él se emborracha para sobrellevar tanto desconsuelo y por supuesto que jamás va a tener un hijo y menos aún un hijo que lleve su nombre y que lo peor que le pasó en la vida fue en una iglesia donde un travestido con casulla les echó la repugnante bendición y el yo os declaro marido y mujer que en realidad es una maldición que significa vais a tener que joderos hasta el final de vuestros días y ese anhelado día postrero no llega nunca y por eso él lo reclama con alcohol, porque es un puto cobarde incapaz de arrojarse desde el balcón o abrirse las venas y que te olvides de su existencia como él se olvidó de la tuya y de lavarse los dientes porque se mete en la cama libre de la habitación en la que duerme su madre y al cabo de pocos minutos ronca como un puerco, justo cuando la mujer, abatida, repasa el memorial de agravios que el hombre le ha infligido esa noche y la anterior y la pasada y la otra y la otra y la otra y así hasta la primera que vivieron juntos desde que el cura les arrojó encima el maleficio que está pudriendo sus vidas, ahora lo comprende, que los está envenenando y entonces vacía los restos del cubalibre del vaso y después lo rellena de ron y el alcohol le rasca la garganta y la aturde, sólo lo necesario para que pueda pensar y piense que hay que poner fin a esta parodia de matrimonio porque nunca somos quienes debemos ser ni quienes queremos ser, somos siempre proyectos frustrados y el reluciente cuchillo trinchante, veinte centímetros de hoja. Convertida en Enriqueta Martí y en Judith, en la dulce Neus y en Mata Hari, avanza hacia el enemigo que duerme boca arriba, con la chaqueta del pijama abierta, dejando al aire el pecho y la andorga abultada por los excesos alcohólicos. El hombre ronca con estrépito de taladradora, el rostro ladeado, con un hilillo de baba en la comisura de la boca como Homer Simpson, mientras ella calcula el lugar del corazón y recuerda una lámina colegial de la anatomía humana. El cuchillo alzado emite un destello casi invisible y cae de punta a la altura de la tetilla izquierda del hombre que deja de roncar, mira a la mujer y cierra los ojos. Ella arranca el arma con las dos manos: la hoja del cuchillo aparece enrojecida hasta el mango y de la herida surge un charco de sangre espesa que forma regueros que bajan desde las costillas hasta la ropa de la cama. La víctima sufre un espasmo y luego permanece definitivamente inmóvil. La mujer lo mira como a un extraño, como si acabara de descubrir un cadáver. A continuación observa a su suegra que duerme plácidamente, ajena a lo que sucede en la habitación. Deja el arma en la cama y rectifica la postura de la enferma para que quede cara al techo: una vez abierta la esclusa de la violencia, el torrente resulta imparable. Hay que evitarle el dolor: el dolor de ver a su hijo muerto, de ver a la mujer de su hijo convertida en una sucia asesina, de ver el Alzhéimer que la consume. Coge la almohada de la cama del hombre y con ella cubre el rostro de la anciana que no hace gesto alguno para defenderse, como si morir fuera una bendición. La felicidad de la asfixia. Que nadie diga que eres una mala nuera, Lorena Bobbit.

Fin.

Por ejemplo:

Estoy enferma pero lo sé todo. Mi memoria se debilita pero no mi entendimiento. No recuerdo mi nombre, ni el nombre de mi hijo, ni el nombre de su mujer a la que a veces llamo Natalia y ella tuerce el gesto. Ésta no es mi casa. En mi casa estábamos mi marido, mi hijo y yo. Mi marido ha muerto. A veces pasaba unos días con nosotros una mujer, mi hermana, creo, que se llamaba…, Elisa o Elvira, algo así. Era muy guapa y no volví a saber de ella. Como confundo las cosas, no sé si es cierto el recuerdo que guardo de verla a ella y a mi marido abrazados. Olvido los nombres y las palabras; antes miraba una planta y sabía que era un geranio, una albahaca, un ficus: ahora solo veo la planta, no su nombre. Ya no soy capaz de ver los nombres y es como si la vida transcurriese entre sombras, entre fantasmas. A mi edad no se es nadie sin el consuelo de la memoria. Una cosa no he olvidado: las oraciones. Padre nuestro que estás en. Yo los veo sufrir a los dos, a ése que es mi hijo y a mi nuera, o los que creo que son mi hijo y mi nuera. Y los oigo discutir, sus gritos que me atormentan, asisto a sus gestos de mal humor, a sus disputas como dos animales e intuyo que no son felices. Ellos, que sí tienen palabras, no como yo, resuelven sus diferencias a base de insultos. Santificado sea tu nombre. Yo nunca insulté a mi marido pese a sus infidelidades y a su indiferencia. Era como si hubiese muerto antes de morir. ¿Cómo se llamaba, por Dios? ¿Ángel, Álvaro, Arturo? Guardo una fotografía suya y al mirarla a veces lo reconozco y a veces no, a veces es mi marido y a veces otra persona. Eso es muy triste. Hágase tu voluntad. Solo sé las pastillas que tengo que tomar pero no por su nombre sino por el color: verde, azul, roja en el desayuno; roja, blanca y azul en la comida; gris, verde, azul, roja y blanca en la cena. Unos cuentan sus días para ir tirando, yo cuento mis pastillas. ¿De qué estaba hablando? De mi nuera y de mi hijo, de sus trifulcas que me quitan la paz, de esa convivencia sostenida en el odio. Perdona nuestras ofensas. Me pregunto cómo un matrimonio puede llegar a odiarse; pueden dejar de quererse, sí, pero cómo odiar a una persona con la que te acostaste tantas veces, con la que fuiste feliz. Yo no entiendo este mundo, no puedo explicarlo quizá porque me faltan las palabras, porque nadie puede comprender algo que carece de nombre. Dios y el diablo tienen decenas de nombres, por eso es fácil distinguir el bien del mal. Yavé es bueno, Satán malo. Jehová es bueno, Lucifer malo. Estoy enferma pero lo sé todo. Sé que son desgraciados y que cualquier día terminarán por matarse. Por eso estoy dispuesta a poner fin a tanta amargura que está envenenando sus vidas y la mía, que ahora debería ser sosegada y tranquila hasta que Dios me reclame. No nos dejes caer en la tentación. Me levantaré de madrugada sin hacer ruido, cuando ellos duermen. Me cuidaré de que no haya ventanas sin cerrar, abriré la llave del gas y los cuatro hornillos de la cocina. Ellos estarán durmiendo y yo rezando cuando venga la muerte. Así acabaré con su infelicidad y mi sufrimiento. Lo haré por ellos. Nadie podrá decir que soy una mala madre ni una mala suegra, siempre y cuando ese desconocido sea mi hijo y esa desconocida mi nuera. Y líbranos de todo mal.

Fin.